Incendios benefician a las abejas nativas de Baja California
Documentan impacto de los incendios en comunidades de abejas
Los incendios que ocurren por fenómenos naturales no solo son benéficos para los ecosistemas adaptados al fuego, sino necesarios para su regeneración. Algunos tipos de vegetación aprovechan el suelo enriquecido tras estos eventos y crecen con más fuerza. “La respuesta de las comunidades de abejas al fuego se ha asociado principalmente con la disponibilidad de recursos: sitios de nidificación, material de nidificación y recursos alimentarios”, señala el artículo “El fuego favorece a la comunidad de abejas nativas en un ecosistema semiárido”, de la revista Ecological Entomology, en el que el grupo de investigación publicó los resultados del estudio. Dado que los beneficios del fuego están comprobados en otras regiones, Alejandra Castañeda González, quien dedicó al tema su tesis de doctorado en Ciencias de la Vida, se interesó por investigar cómo se da esta interacción en la región noroeste de Baja California, que pertenece a la Provincia Florística de California y destaca a nivel mundial por la diversidad de abejas que viven en ella. Aunque uno de los hallazgos de la investigación fue que la presencia de abejas aumenta después de un incendio, Alejandra considera importante no simplificar el tema y atender su complejidad: “no se trata solo de que se queme el cerro y ya vamos a tener abejas”, aclara, pues la presencia y diversidad de estos polinizadores dependen de varias condiciones. Diseño y colecta Valle de Guadalupe, Libramiento Ensenada y el Ejido Piedras Gordas fueron los tres sitios seleccionados por el equipo de investigación para hacer el estudio, definidos en primera instancia a partir de los registros de ocurrencia de incendios de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) y la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). En entrevista, Alejandra Castañeda, recientemente egresada del CICESE, relató que después de revisar la información de estas dependencias gubernamentales, visitaron los sitios para verificar que fueran accesibles y seguros, que no tuvieran actividad agrícola o desarrollos urbanos y —especialmente— que tuvieran vegetación nativa. Clasificaron los incendios según su antigüedad: de uno a cinco años como recientes, de 15 a 25 años como intermedios y de más de 30 años como maduros. Con la colaboración de Mario Salazar Ceseña, técnico del Departamento de Biología de la Conservación, registraron y categorizaron las distintas especies de plantas. “Nos enfocamos en caracterizar la vegetación, identificar las plantas a nivel de especie, categorizarlas en qué forma de crecimiento tienen, si eran arbustos o hierbas, plantas perennes, etcétera”, narró Alejandra. Para colectar ejemplares de abejas utilizaron dos técnicas. Una fue usando una red entomológica con la que las atrapaban, después las colocaban en un frasco y registraban en qué planta fue colectada. La otra técnica fue con trampas elaboradas con recipientes de plástico de medio litro que Alejandra pintó de amarillo, azul y blanco, los cuales contenían propilenglicol, un compuesto líquido que no tiene color ni olor y conserva a los especímenes evitando que se descompongan rápidamente. “Fui poniendo varios de esos platitos por los sitios y los dejé ahí hasta la siguiente visita, estuvieron entre una o dos semanas, entonces cayeron no nada más abejas sino escarabajos, algunas mariposas, avispas, mosquitas, chinches, arañas, entre otros insectos”, describió. Las colectas se hicieron en la primavera, entre abril y mayo de 2021 y en el mismo periodo de 2022, porque es la temporada en que en esta región ocurre la floración, las abejas emergen de sus nidos y hay una mayor abundancia y riqueza de especies. Tras la recolección de ejemplares, el grupo de investigación comenzó a relacionar la presencia y diversidad de plantas y abejas con las áreas afectadas por incendios de distintas edades. Identificación de plantas y abejas Al finalizar los muestreos, el equipo había colectado cuatro mil 383 abejas, de las cuales 105 especies correspondían a las abejas atrapadas con trampas y 38 con la red entomológica, que a su vez pertenecían a seis familias: Andrenidae, Apidae, Colletidae, Halictidae, Megachilidae y Melittidae. “Una sola especie —indican las y los autores del artículo citado al inicio de este texto—, Halictus tripartitus, comprendía el 8.3 por ciento de las abejas atrapadas. Las especies pertenecientes a Lasioglossum fueron el grupo más abundante, representando el 37 por ciento de la muestra total. Otras especies muy abundantes fueron Osmia nemoris, Anthophorula sp., Halictus farinosus y Diadasia bituberculata”. Obtener estos datos implicó un meticuloso trabajo de procesamiento e identificación de plantas y abejas en el laboratorio. Mario Salazar se encargó de las muestras de plantas, creando una lista de las especies con la información correspondiente. Alejandra se encargó de las abejas. A las que estaban en los frascos las pinchó en el torax con un pequeño alfiler y las etiquetó con la fecha, el sitio y el nombre de la persona que la colectó.
De los insectos que cayeron en las trampas, separó únicamente a las abejas para después lavarlas con agua destilada y etanol, proceso en el que se retira el propilenglicol. Una vez secas pasan por el mismo proceso: pinchazo con alfiler en el tórax y su etiqueta. Ya identificadas, las abejas se almacenaron en el Museo de Artrópodos de Baja California, ubicado en el CICESE, cuya responsable es la doctora Sara Ceccarelli, investigadora y codirectora de la tesis de Alejandra. “Ya que tenía demasiadas abejas lo primero que hice fue separar las grandes de las pequeñas, visualmente separé lo que se parecía; una por una las observé en el microscopio y hay claves dicotómicas para poder identificarlas, primero a nivel de género y después a nivel de especie”, detalló Alejandra. Observó los segmentos en sus antenas, el color de sus pelos, los pelos de sus patas, las mandíbulas; si tenían lengua contaba sus segmentos, vio si los ojos estaban separados o juntos en el centro, “fueron muchos caracteres que revisé para poderlas clasificar”. Un mosaico de parches Después de la colecta e identificación, el equipo organizó y analizó la información para determinar la influencia de los incendios en la abundancia y diversidad de la vegetación y de las comunidades de abejas, tomando en cuenta la antigüedad de cada incendio. Así concluyeron que “las parcelas recientemente quemadas albergan más abejas que las siguientes etapas, especialmente durante los primeros tres años después del incendio”. Añaden en la publicación que “el aumento en el número de abejas sugiere la recolonización de las zonas, ya sea por recolectoras, sobrevivientes o nuevos inmigrantes que podrían explotar los recursos”. Alejandra enfatizó en que los incendios no se deben observar como un evento local, sino como eventos que ocurren a nivel de paisaje, lo que produce “parches” de quemazones, con distintas antigüedades, que son pequeños, aislados y con una composición de plantas distintas. “Justamente esto que lo podemos ver como un mosaico de parches que varían en edades, es lo que permite que haya una mayor diversidad de especies, contrario a los incendios intensos que están ocurriendo en California, que son incendios masivos”, comparó. Por eso concluye que la presencia de abejas, que además no necesariamente implica diversidad de especies, no solo se atribuye a la ocurrencia de un incendio sino también a factores como la disponibilidad de plantas y de sitios para resguardo y anidación. Ante la expectativa de que la intensidad, el tamaño y la frecuencia de los incendios forestales aumenten como consecuencia del calentamiento global, el grupo de investigación anticipa que esto alterará la dinámica de la comunidad de abejas. “Sugerimos que tales alteraciones del régimen de incendios podrían afectar negativamente a las comunidades de abejas al reducir la heterogeneidad del paisaje y disminuir los recursos de hábitat adecuados para las abejas”, advierten. |