Conociendo las vides patrimoniales: ¿Cómo salvar nuestro vino enmedio de esta gran ópera climática?
300 años de adaptación para resistir más calor y enfermedades, con menos agua
En los próximos años, cultivar vides y producir vino en Baja California requerirá solucionar una buena cantidad de problemas relacionados con la gran ópera climática que estamos viviendo. O para decirlo en términos llanos: si los productores quieren que sus variedades de uva sigan siendo aptas de aquí a finales de siglo, deberán hacer que resistan más calor y más enfermedades, con menos agua. “Deberán hacer…” ¿En serio? ¿Cómo? ¡Si de por sí las condiciones aquí ya eran extremas! Pues ésta justamente parece ser la solución. Echar mano de las vides que trajeron los primeros misioneros y que, a lo largo de 300 años, se adaptaron a las muy duras condiciones de la península, y ayudaron a forjar aquí la principal región vitivinícola de México. Quizá no todos hemos escuchado de las vides Misión y Rosa del Perú. Lo común es degustar, en tintos producidos en el Valle de Guadalupe (y en las otras zonas vinícolas de la entidad), Cabernet Sauvignon, Tempranillo, Merlot, Zinfandel, Syrah o Nebbiolo, o Chenin Blanc, Colombard, Sauvignon Blanc y Chardonnay para los blancos. Pero las dos primeras son nuestras vides patrimoniales, también llamadas criollas o simplemente vides viejas. En su “Recuento histórico de la vitivinicultura en México, con énfasis en Baja California” Camillo Magoni (enólogo de Bodegas Magoni, en el Valle de Guadalupe) señala: “En 1705 el jesuita Juan de Ugarte en la Misión de San Francisco Javier al suroeste de Loreto y en la sierra La Giganta, planta el primer viñedo en la península de Baja California. De ahí se extenderá la plantación a casi todas las misiones que se fueron fundando, hacia el sur y hacia el norte peninsular. “A la expulsión de los jesuitas en 1768 los Franciscanos, guiados por el P. Junípero Serra, toman la responsabilidad de las misiones y se lanzan a la colonización de la Alta California llevando la vid que plantarán hasta la misión de Santa Rosa en el valle de Sonoma, California. “En 1774 los dominicos sustituyen a los franciscanos; seguirán colonizando y evangelizando la península estableciendo nuevas misiones y plantando nuevos viñedos en los huertos misionales. “Herencia de esa época es Bodegas de Santo Tomás, fundada en 1888 en los terrenos de la antigua misión del mismo nombre. “Los escritos de los misioneros, principalmente jesuitas, reportan que las variedades eran Misión y Moscatel”. Este texto se presentó en 2020 en las Primeras Jornadas Latinoamericanas de Vinos y Variedades Patrimoniales (Argentina), un evento en el que también participó la doctora Rufina Hernández Martínez, investigadora del Departamento de Microbiología del CICESE, quien desde ese año lidera un proyecto que no solo busca identificar y rescatar las vides patrimoniales de Baja California (solo hay 38 hectáreas en cultivo, de las casi 5 mil dedicadas a la vid en la entidad), sino entender cómo los microorganismos que viven asociados a estas plantas, su microbioma, hacen que resistan y prosperen bajo condiciones extremas de temperatura y falta de agua, y más sanas que las vides comerciales. Esto es: En los últimos cuatro años el promedio de precipitación en Baja California no ha alcanzado los 200 mm por año, y es la segunda entidad con menor precipitación en México (solo Baja California Sur es más seco); en verano las temperaturas alcanzan 40 grados Celsius en los valles vinícolas, con ondas de calor cada vez más frecuentes, y en cuanto a enfermedades, aparentemente las vides patrimoniales contienen, gracias a su microbioma asociado, cepas (de hongos que producen enfermedades de la madera en vides) menos patógenas (virulentas) que las vides comerciales. Por ello el análisis de las plantas patrimoniales que hacen ella y su grupo se enfoca en aspectos de sanidad, en estas temáticas: ● Encontrar organismos benéficos en el microbioma de las vides patrimoniales, para lo cual se trabaja en el aislamiento, caracterización y selección de estos microorganismos. ● Colectar muestras de madera de estas vides para saber, en principio, si están enfermas o no, porque hay interés en reproducirlas y hacer vino con ellas. ● Analizar el microbioma de vides patrimoniales para determinar que las hace más resistentes que las de viñedos comerciales. Además de lo anterior, junto con otros colegas trabaja extrayendo DNA de vides patrimoniales para analizar su genotipo. Esto es, secuenciar su genoma para determinar si en realidad son Misión (u otras), o si hay mezclas entre esta variedad y otras silvestres. En busca de la viña mexicana Del recuento histórico que presentó Camillo Magoni en la reunión de Argentina, se infiere que las vides Misión son las mismas que llegaron a la península hace 300 años. Pero esto nadie lo sabe con certeza. Al cabo de tres siglos, ¿tenemos híbridos? Es decir, Misión mezclada con variedades silvestres, ¿en qué proporción y cómo ocurrió esto? La doctora Hernández señala que el propio Camillo Magoni, con quien han trabajado en este parte del proyecto, sostiene una teoría interesante. Debido a que no era factible, por la lejanía, traer a esta península sarmientos o pedazos de planta desde España o desde Puebla (recordemos que hacia 1700 ya había estos viñedos en esa región de México), era más fácil traer semilla, facilitando así los procesos de variabilidad. “Las que pudieron adaptarse (aquí) son las que comenzaron a crecer. Adicionalmente es probable que haya mezclas. ¿Cómo se dan esas mezclas? puede ser que en un momento dado el polen de una planta silvestre haya fecundado a la patrimonial, o al revés. Así, algunas semillas pudieron haber generado nuevas plantas. No lo sabemos; justamente por eso estamos haciendo el trabajo, para saber qué pasó en su momento. Para ello se seleccionaron cuatro de plantas que mostraron recombinación con plantas silvestres, se secuenciaron sus genomas y se están analizando”. Rufina Hernández reconoce que las vides viejas se encuentran prácticamente abandonadas y algunas han desaparecido por cuestiones diversas. Junto con Antonio Hernández investigador de ENES-UNAM, y Luis Delaye Arredondo, investigador del CINVESTAV-Irapuato (quienes originalmente querían trabajar en Baja California con Nebbiolo, pero fueron convencidos por Cesar Valenzuela, del INIFAP, de enfocar el trabajo en vides patrimoniales) han trabajado en el Valle de Guadalupe, en San Antonio de las Minas, en el ejido Uruapan, en Santo Tomás y en Tecate, pero sin duda los viñedos más interesantes se encuentran en una colección de Camillo Magoni, quien ha recorrido la península colectando sarmientos de vid. “Ya no hay muchas plantas viejas, pero hay varios vitivinicultores, como viñedos Pijoan (entre San Marcos y El Porvenir, en el Valle de Guadalupe), que están rescatando vides patrimoniales para elaborar vino”. Por eso es importante el trabajo de biología molecular que están haciendo, analizando y secuenciando el genoma de plantas (de vides patrimoniales), un trabajo pionero en México. Además de que es una colaboración de cuatro instituciones: CICESE, CINVESTAV, INIFAP y UNAM, lo que permite hacer un trabajo integral y aprovechar los pocos recursos disponibles. Microorganismos benéficos en vides viejas Otro aspecto del estudio tiene como objetivo final conocer y seleccionar los microorganismos benéficos que viven en estas vides, que podrían ser los encargados de que resistan altas temperaturas, poca precipitación y enfermedades, para introducirlos en viñedos comerciales y mejorar así su adaptación al cambiante ambiente de Baja California. De esta búsqueda de microorganismos benéficos se tiene una colección de más de 100 que fueron evaluados, primero in vitro, luego en invernadero y posteriormente en ensayos en campo. “Los ensayos en campo son bastante laboriosos, y los hicimos en plena pandemia. Para ello usamos una suspensión de los microorganismos benéficos seleccionados y lo aplicamos en la zona donde se hace el corte de poda”, señaló la doctora Hernández. Los microorganismos se dejaron actuar por una semana; posteriormente se inoculó el hongo patógeno. “Entonces evaluamos el tamaño de la lesión y lo comparamos con plantas control (sin patógeno). Hemos visto que la lesión disminuye en presencia de los microorganismos, de los cuales ya tenemos una selección interesante, al menos siete que podrían funcionar muy bien a nivel de campo para controlar los hongos de madera, particularmente el hongo con el que trabajamos, que se conoce como Lasiodiplodia brasiliensis, al que usamos como modelo en nuestros ensayos porque es el que hemos encontrado con mayor prevalencia en los viñedos de Baja California y de Sonora y es muy agresivo (virulento)”. La hipótesis con la que trabajan es que las vides viejas deben tener asociaciones con ciertos microorganismos para poder aguantar las condiciones extremas en las que están establecidas. Para poder determinar qué comunidades están presentes y sus características, el siguiente paso es realizar análisis transcriptómicos de esas vides bajo diferentes condiciones, por ejemplo, seleccionando plantas que crecen con riego y sin riego. La idea es determinar si realmente la falta de agua hace que los microorganismos actúen para proteger a las plantas. Conociendo esto, entonces ya se podría pensar en hacer localmente, lo que muchos viticultores en el mundo intentan hacer: encontrar microorganismos que hagan que la planta tenga mejor fitness o se adapte mejor a las condiciones en las que vive. Potencialmente se podía transferir ese microbioma en plantas como Cabernet Sauvignon, Merlot u otras. - ¿Estos trasplantes de microbioma ya se están haciendo en algunas partes del mundo? “Todavía no, realmente aún conocemos muy poco del microbioma de las vides. Los primeros trabajos comenzaron hace apenas unos 10 años, tal vez. Todavía no estamos en el momento de decir: ‘este es el consorcio o el grupo de microrganismos que se tiene que inocular para que la planta esté sana’, pero por ahí va nuestra investigación. Hay mucho interés en conocer el microbioma para poder manipularlo y evitar problemas de enfermedades o aliviar el estrés de las plantas. La investigación es bien interesante, fascinante y de punta, y creo que vamos por buen camino”. Hongos y las enfermedades de la madera En esta búsqueda de microorganismos benéficos, los estudios que han hecho con el Dr. Edgardo Sepulveda y con Carmen Delgado (estudiante de doctorado en el CICESE), se han enfocado en hongos de Trichoderma y bacterias de Bacillus. Ambos son microorganismos benéficos que impiden el desarrollo de enfermedades, y pueden promover el crecimiento de las plantas. Al inocularlos en el suelo o a las heridas de poda, las plantas infectadas artificialmente con hongos de madera desarrollan lesiones más pequeñas; esto quiere decir que estos microorganismos se asocian a la planta donde actúan como estimuladores de la defensa (priming), o impidiendo el establecimiento de los patógenos. Por otro lado, se piensa que esta asociación con las vides patrimoniales las ayuda a evitar infecciones por hongos de la madera altamente virulentos, ya que “hemos visto que el principal hongo presente en vides patrimoniales es Diplodia sapinea, que es menos agresivo o virulento que las especies de Lasiodiplodia que encontramos en zonas de viñedos comerciales. La pregunta que nos surge es ¿por qué esas plantas (de vides patrimoniales) tienen más asociado al Diplodia y no otros hongos mucho más virulentos? Puede ser que los microorganismos benéficos les estén ayudando. Eso es algo que todavía no sabemos y que queremos investigar”. En el reportaje “Estas antiguas uvas ‘misioneras’ pueden ser el futuro del vino californiano”, publicado el pasado 5 de enero en National Geographic, ante la megasequía que se ha apoderado del suroeste de Estados Unidos, César Valenzuela, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), opina que “estamos en un experimento gigante de cambio climático y vino”. Enólogos, viticultores y agricultores en general hacen frente y tratan de solucionar los cambios que resienten desde los años 80: calor estival más intenso, maduración adelantada de la uva, vendimias tres semanas antes de las que se tenían hace 40 años, olas de calor que cambian el perfil de sabor de las uvas. Dicen que no son retos insuperables, “pero sin duda hace más difícil equilibrar el vino correctamente”. Rufina Hernández destaca el trabajo que está haciendo Camilo Magoni para evaluar qué variedades se pueden adaptar mejor a esta región. “En este momento, estamos en el mapa del interés internacional. Ya van dos grupos diferentes que han venido a Baja California, uno de Francia y el otro de Hungría. Los franceses vinieron por lo del congreso de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) del año pasado; los húngaros por sus propias fuentes, incluso con apoyo del gobierno del estado. La idea que tienen es plantar sus variedades en Baja California para que se evalúe la adaptabilidad en este clima extremo. Es obviamente un interés comercial, pero también se están preparando para los efectos del cambio climático, que también ya están sufriendo en Europa. Ojalá tuviésemos esa visión en México (y el dinero para poder hacerlo), para evaluar anticipadamente (aquí en Baja California) nuevas variedades, para después decir: ‘podemos plantar estas aquí y van a tener buena adaptabilidad a nuestras condiciones’. - Pero a veces nos tardamos mucho en hacer las cosas. Recuerdo a Tere Cavazos, cuando presentó resultados en 2013 del proyecto que tuvo para el senado de la república. De eso hace 10 años, y ya hablaba de cuáles variedades eran las que podían tener futuro ante los escenarios de cambio climático que se venía. Ya estamos en él y seguimos en las mismas: buscando cuáles son… “Por desgracia nuestras prioridades son sexenales y el gobierno no invierte lo suficiente en ciencia y tecnología. Es muy complicado tanto para los investigadores como para los productores contender contra esto” Esto se refleja en el escaso financiamiento que tienen sus estudios. Sus estudiantes de posgrado afortunadamente tienen una beca del Conacyt, pero en cuanto a proyectos, lleva varios años y no ha logrado que el Conacyt acepte una de sus propuestas. ¿Y los productores…? “En Baja California nos permiten entrar a los predios, hacer los experimentos y contribuyen con lo que pueden, en Sonora, afortunadamente tenemos más apoyo, principalmente de la Junta Local de Sanidad Vegetal de Hermosillo. Eso nos permite hacer algunos análisis y demás. Pero, los costos de hacer secuenciación son altos; nos ayudó que Carmen Delgado consiguiera fondos de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (ver nota). “Uno es visionario y prevé y avanzamos con entusiasmo hasta donde podemos, cuando ya no queda otra, usando la beca del SNI. Tratando, desgraciadamente, de hacer más con menos”, concluyó. |